La Asociación Los Dólmenes organiza una visita a los acueductos de Itálica

El itinerario sirvió para dar a conocer la gran obra de ingeniería que abastecía de agua a Itálica, recorriendo lugares donde aún pueden ser visibles varios tramos de los acueductos del siglo I y II d.C.

Antes de iniciar el trayecto, una breve parada en la Fuente de la Coriana en la carretera de Olivares a Gerena sirvió para situarse en el paisaje que atravesaba el acueducto y prepararse para valorar el tipo de construcción que se iba a visitar. Poco después, carretera abajo pasada la Torre de San Antonio, destino de la Romería de Olivares, un giro a la izquierda acercaba a los visitantes a las obras hidráulicas de los romanos, en este caso, los vestigios de un azud que servía para cruzar el Guadiamar, en las cercanías del Cortijo de La Alegría.
Llama la atención la dureza y el carácter de permanencia de las obras realizadas con el antiguo hormigón romano que, pese a las avenidas del Guadiamar, han dejado para nuestros días grandes piezas aún visibles.
La siguiente parada, en el entorno del Cortijo de Conti, suponía el primer encuentro con los restos del acueducto romano que abastecía la urbe de Itálica. A simple vista, un surco sin arar en medio de las tierras de labor delataba la presencia de una entidad subyacente, que parecía desaparecer adentrándose en un olivar cercano.
Nada más lejos de la realidad. Continuando por el rastro de escombros dejados por el arado, la aparente construcción emerge del subsuelo para salvar el cercano Guadiamar, pudiéndose apreciar entonces la magnitud del acueducto, la calidad de su fábrica de ladrillo y su excelente aparejo. No en vano, ingenieros militares se afanaron en trazar con rigor una obra que traería agua por gravedad desde las Fuentes de Tejada y los manantiales del Guadiamar hasta la colonia italicense, en un recorrido de 36,5 kilómetros de distancia. Sin escatimar recursos, construyeron una cimentación de hormigón sobre la que se apoyaba una caja (specus) revestida de paramentos de ladrillo.
Y los restos que se encuentran en el olivar de Conti son un ejemplo de ello, como muestra un arco practicado para permitir el drenaje del terreno o el arranque de un estribo para salvar el paso de un camino. Todos los detalles estaban controlados, y más aún si cabe, si con ello se contribuía a hacer más perdurable la obra. El entorno de Conti es además el lugar donde confluyen los acueductos del siglo I y II d.C., para dirigirse en un único trazado hacia Itálica.
Más adelante, la visita continúa buscando el Maenoba (Guadiamar) camino hacia La Pizana, cortijo propiedad de la Casa de Alba, no sin antes pararse a contemplar la segunda colonia de cigüeñas blancas más grande de la Provincia de Sevilla, por detrás de la que se encuentra en La Puebla del Río.
Bajando hacia el Guadiamar, se aprecia la canalización de agua que transcurría enterrada hacia Conti. Se trata de una infraestructura de hormigón con bóveda de cañón que recorría el río en paralelo por su margen izquierda, hasta llegar a La Pizana, donde se alejaba del Guadiamar por el subsuelo a la búsqueda del encuentro con el acueducto del siglo II d.C. Como en el resto de la obra, el agua permanecía sin entrar en contacto con la luz del sol, para mantener sus cualidades hasta llegar a Itálica. Algunos se aventuraron a entrar unos metros en la conducción, provistos con linterna.
El paseo de bajada al río continúa hasta llegar a los restos de unas grandes estructuras de hormigón, derruidas y escoradas, prueba de la antropización que sufrió el Guadiamar en época de los romanos, labrando paredes de contención en el vaso del río. Las grandes piezas se pueden remontar para vadear con cuidado el Guadiamar y cruzar a la otra orilla pasando por encima de ellas.
La última parada del itinerario, pasado el puente de la carretera Gerena-Aznalcóllar, contrasta sobremanera con la anterior, ofreciendo un paisaje minero no recuperado con la montaña de escoria abandonada por Boliden como telón de fondo. El lugar hace las veces de entrada al Corredor Verde del Guadiamar, donde un cartel informativo colocado en la afortunada intervención de una escuela taller de Aznalcóllar sirve para interpretar los restos de la arquería del acueducto que se ofrecen a la vista del visitante.
Este es el punto final de la visita, despedida por Jorge Arévalo con una referencia a la investigación que realizó Alicia Canto y que se encuentra disponible en la página web de ingeniería romana Traianvs.

Cabe destacar que por el término municipal de Valencina de la Concepción, discurre en subterráneo la conducción de agua del acueducto en dirección a los Castellum Acquae de la vecina ciudad de Itálica. No obstante, esos detalles, junto con los yacimientos arqueológicos de los caput aquae o captaciones de cabecera, son dignos de ser visitados en otra ocasión.

Para terminar, sólo añadir que las piedras no hablan por sí solas, salvo que un guía preparado les sonsaque hasta la última palabra que esconden. De ahí la suerte de haber contado en esta visita con la inestimable ayuda de Jorge Arévalo de la Asociación Los Dólmenes.

Publicado por Andrés Trevilla el lunes, febrero 23, 2009  

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