SALVEMOS LAS LINDES. Breve comentario sobre la Flora del Aljarafe (Valencina de la Concepción)
Autor: José María Pérez Orozco “El Gorrilla”
01/02/2011. Valencina Habitable.
Ya desde su antiguo nombre - Valencina del Alcor - Valencina está proclamando su identidad dentro del maravilloso mosaico biológico de la comarca de El Aljarafe sevillano.
En efecto, Valencina se instala sobre un alcor. Un alcor es una elevación del terreno, una colina o un collado, pero no un collado cualquiera, sino aquél que delimita y culmina la vega de un río; en este caso, el Guadalquivir; o el Corbones, en los casos de Mairena o El Viso (del Alcor).
La cornisa que bordea El Aljarafe es un microsistema en sí mismo. Ahí se albergan plantas que no encuentran refugio fácil en otros hábitats. Por su naturaleza, las cornisas son difíciles de cultivar, lo cual es magnífico para la Madre Naturaleza. En algunas de las cañadas que la surcan se encuentran flores muy particulares, como la “Serapias parviflora”, con su conspicua lengüecilla bermellón, la única orquídea silvestre que hemos encontrado hasta ahora en El Aljarafe. O las escrofulariáceas tricolor, las salvias mayores o de los prados, las vincas y los arrayanes.
En los olivares que coronan la pequeña meseta se suceden, en oleadas temporales, las oxalis (pie de cabra), las caléndulas, los jaramagos o los nazarenos (muscari) y las cerintes. Pero las plantas no sólo constituyen un inestimable patrimonio natural, sino que arrastran consigo otro patrimonio no menos importante, producto de la ancestral relación del ser humano con ellas. Veremos de poner un par de ejemplos. El acanto, que también florece en nuestras laderas, amparado junto a los cañaverales mayormente, se convirtió hace siglos en el motivo floral con que se conformó el capitel de las columnas corintias de los griegos. De ellos pasó a los romanos y, después de siglos, lo recuperó el Renacimiento. Luego, el Barroco sevillano y andaluz utilizó la hoja grande, verde y brillante del acanto como base ornamental en la talla del noventa por ciento de las canastillas de los pasos y los tronos de nuestra Semana Santa.
Otro ejemplo de lo que decimos, muy diferente pero igual de próximo, lo tenemos en la Mandrágora (autumnalis u officinalis). La mandrágora es, seguramente, la planta que ha generado más cultura a su alrededor, en toda nuestra historia. Es curioso comprobar que, a la vista de la planta, no hemos encontrado a nadie en Valencina que reconociera siquiera su nombre, cuánto más, su morfología (lo que no tiene nombre, prácticamente no existe).
Y eso que, hace apenas cien años, las madres andaluzas (entre el Guadalete y el Guadalquivir, que es donde más abunda) recomendaban a los niños “que no pisaran la mandrágora, porque perderían el camino”.
La ciencia vino a confirmar que esa recomendación era oportuna. La mandrágora es una planta que tiene cierto parecido a la acelga o la remolacha, con sus hojas de pencas blancas y el haz poblado de bultitos verdes y brillantes. Su floración es de violeta a blanca: un ramillete de flores que luego dará unos frutillos como tomatitos, pero del color de los dátiles y llenos de pepitas como los pimientos. Resulta que, cuando hay escorrentías, su raíz, grande y gruesa (tiene a veces forma de cuerpo humano, “con dos brazos y dos piernas”) aflora del suelo. Y, como es blanda y jugosa, su zumo, cuando la pisaban, empapaba las lonas y los trapos, que suplían muchas veces los zapatos de los críos, y penetraba en la piel, provocando efectos alucinógenos que acarreaban graves problemas, entre ellos, la desorientación.
La mandrágora es, seguramente, la planta que ha generado más contenidos esotéricos, dichos e historias que ninguna otra en la cultura europea. Ungüento y bebida fundamental (vino de mandrágoras) para la brujería, dicen que todavía se celebran aquelarres para recogerlas en persona en “los Arenales de Sevilla”, un lugar indeterminado entre Sevilla y Sanlúcar de Barrameda; ésa es la leyenda.
Andalucía, afortunadamente, es rica en parajes naturales protegidos, por un motivo u otro (Parques naturales y dehesas que funcionan como bosques aclarados que son). Dehesa viene de la palabra latina DEFENSA, refiriéndose a la práctica de los ejércitos romanos cuando acampaban para largo tiempo: aclaraban los alrededores del campamento. Pero el bosque seguía comportándose como tal bosque.
Pero, con ser una buena parte de nuestra superficie, hay otro hábitat para nuestras flores silvestres, quizás tan importante como las tierras protegidas. Nos estamos refiriendo a las lindes de nuestros caminos, de las cercas, las carreteras o las parcelas. En esos lugares, las lindes, se cría y pervive una larga lista de especies vegetales y animales.
Antiguamente (y todavía se hace, por fortuna), los bordes de los caminos se rozaban, a fuerza de azadón. Luego vinieron las máquinas que rozaban, en una pasada, las frondas de la linde.
Ninguna de estas técnicas causaba males a la supervivencia de las plantas, antes bien, las escamondaba y les dejaba potencia para que pudieran surgir con más fuerza.
Finalmente, por desgracia, han llegado los sistemas “más cómodos”, como son el ataque implacable a las lindes con herbicidas y otras sustancias igual o más peligrosas. Un año y otro año y un año más, la química se come las raíces, las semillas y los bulbos de las plantas, además de destruir el hábitat de los animales que también progresan allí, desde insectos o reptiles hasta aves y mamíferos.
Ésta, en nuestra opinión, es de las iniciativas más importantes que debemos acometer a la hora de conservar nuestro riquísimo patrimonio vegetal. No lo consiguió el último período glacial, que dejó libre de hielos el cuadrante sur occidental de la Península, pero parece que lo vamos a perpetrar nosotros; si no protegemos las lindes, perderemos la mayor parte de las especies y variedades vegetales que encuentran refugio en ellas.
No lo decimos nosotros. Lo dijo ya Oleg Polunin, cuando publicó su Guía de campo de las flores de España. Si se prohiben los herbicidas en las lindes habremos dado un paso fundamental para preservar cientos de especies vegetales y animales, cuya supervivencia se verá muy amenazada, menguando significativamente nuestra riqueza biológica.
Salvemos las lindes, por favor.