La opinión. Lugares del pasado para la economía del futuro
Leonardo García Sanjuán
Profesor titular del departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla
El Correo de Andalucía. 04/05/2009
En su espléndido libro La Biblioteca de noche, Alberto Manguel señala que para la
persona cosmopolita la patria no se encuentra en el espacio (fracturado por las coyunturales fronteras políticas que hoy conocemos y que mañana cambiarán), sino en el pasado. Siguiendo con las metáforas propuestas por este autor, el interés universal que el pasado suscita se explicaría no sólo por ser la patria colectiva de todos los seres humanos, sino porque, además, constituiría una inagotable biblioteca, contenedora de toda la experiencia humana habida. En realidad, es comprensible que nos fascine el conocimiento del pasado porque ¿hay algo más humano que la memoria? El lenguaje, la tecnología y la abstracción simbólica son algunos de los rasgos de nuestra conducta que más evidente-mente nos hacen humanos respecto a nuestros parientes evolutivos. Pero ninguno de ellos es absolutamente privativo de nuestra especie. Lo que quizás es más irreductiblemente singular y único en el ser humano es la capacidad de transformar la experiencia en conocimiento y, mediante soportes de comunicación complejos (el lenguaje, el arte, la escritura…), hacer que ese conocimiento pase de cada generación a la siguiente, como memoria del pasado.
Una manifestación contemporánea inequívoca de esta fascinación tan singularmente humana por el pasado es el interés que, cuando son bien explicados, los sitios arqueológicos suelen despertar entre el público. Si el interés por el pasado es una cosa especialmente humana, entonces los arqueológicos son los sitios donde el pasado se materializa de forma más tangible. Si alguna vez caminan por las calles de Pompeya, ascienden a la Pirámide del Sol de Teotihuacán o pasean por la aldea de Pueblo Bonito, en el Cañón del Chaco, raro será que no sientan, como poco, un ligero estremecimiento de curiosidad y asombro al constatar que están rodeados por lo que, de hecho, es la materialización física de incontables vidas humanas pasadas que se desenvolvieron frente a condiciones y retos extraordinarios.
El estudio científico del pasado ha avanzado de una forma acelerada en los últimos decenios. Junto con las disciplinas que lo han estudiado tradicionalmente, caso de la Historia o la Arqueología, han surgido otras: recordemos, por ejemplo, que la Bioquímica explora los caminos por los que ha transcurrido la evolución biológica y social humana a través del ADN antiguo. La Historia reconstruye la vida de las sociedades pasadas a través de los documentos escritos, mientras que la Arqueología lo hace a partir de los residuos materiales. La Historia se centra en un periodo relativamente corto y no muy distante en el tiempo (la escritura es un desarrollo tecnológico que tiene un lugar en el momento reciente de nuestra evolución social), pero la Arqueología abarca todo el desarrollo temporal de la existencia de nuestra especie, puesto que cualquier sociedad humana produce residuos materiales. Ahora que se habla tanto sobre las debilidades del modelo económico dominante en nuestro país, es oportuna una reflexión sobre el insuficiente interés que hemos puesto en el estudio científico y en el aprovechamiento económico de nuestros recursos arqueológicos.
Desde la percepción de que el sector inmobiliario constituye el único o principal eje de desarrollo económico (percepción que, según hemos visto, tenía muy poco recorrido), el patrimonio arqueológico ha sido con frecuencia percibido como un obstáculo. La práctica profesional de la Arqueología ha tendido a centrarse en la llamada arqueología de urgencia, que consiste en la excavación y liberación de los solares donde las promociones urbanísticas tienen lugar. Ello constituye un error porque, aunque la arqueología de urgencia tiene un importante papel que jugar, su recorrido profesional y económico tiene las mismas limitaciones que son inherentes al modelo urbanístico desarrollista del que ha dependido.
En países donde nos aventajan por criterios y experiencia, como por ejemplo EEUU, Reino Unido o Francia, la inversión (pública y privada) en el estudio científico y la difusión de los recursos arqueológicos se ha convertido, a través de la demanda que genera el interés público por el pasado, en una historia de rotundo éxito económico (y no digamos cultural y educativo). Si se dan una vuelta por la región francesa del Perigord comprobarán que rara es la localidad que no cuenta con sitios arqueológicos visitables, museos locales y parques e itinerarios arqueológicos, conformando verdaderas economías locales basadas en el pasado como recurso. En el Reino Unido, programas televisivos dedicados al estudio científico del pasado han sido líderes de audiencia.
Si en el futuro modelo económico de nuestro país las claves van a ser la sostenibilidad y la conexión entre investigación y desarrollo, entonces hay que reivindicar un lugar para una economía profesionalizada del patrimonio arqueológico. Andalucía posee una riqueza de lugares arqueológicos que, a escala europea, es prácticamente única, y que comprende desde los orígenes del poblamiento homínido en el Viejo Mundo, hace en torno a un millón de años, hasta los escenarios de decisivas batallas entre los imperios cartaginés y romano, pasando por algunos de los más hermosos monumentos prehistóricos de nuestro continente.
El legado arqueológico que tenemos es un recurso puede ser articulado dentro de una estrategia que, a largo plazo, combine la investigación científica, el desarrollo local y las prácticas económicas sostenibles, creadoras de riqueza y empleo. Ello exige superar la supeditación al urbanismo salvaje tanto de la economía en general como de la práctica arqueológica profesional en particular, y pensar imaginativamente y a largo plazo, contemplando nuestro propio pasado, nuestro patrimonio arqueológico, no como un obstáculo, sino como una oportunidad. La oportunidad de abrir de par en par la biblioteca de nuestra memoria más remota y crecer con ella.